-Acércate para que te huela y te reconozca- ha dicho mi hija cuando el perro de mi hermano -o sea su mascota, no crean que mi hermano es un perro o así le digo porque estoy enojada con él- nos ladraba furiosamente queriendo zafarse de su cadena.
Y aí voy de madreardiente toda mona a acariciar a Larry que así es como se llama el can. Psss psss perrito, perrito.
Tenía a su lado el plato de croquetas. Yo creo me vio hambrienta porque apenas acerqué mi pie y ¡mocos! que lo pesca en menos de que lo cuento.
¡Suéltame ente del mal! ¡Vade retro cancerbero del infierno!
Metido entre sus fauces, mi pie era un juguete movido a diestra y siniestra. Como soy muy ecuánime y no me asusta un pinche perro lanudo, jalé con fuerza pero Larry no lo soltaba. Forcejeamos un ratito tampoco fue mucho no vayan ustedes a creer que fue lucha de cuerpo a cuerpo, máscara contra cabellera o así. No. Después de unos instantes lo soltó quedando sana y salva de semejante monstruo, mientras los demás reían nerviosos. La verdad es que pensaron que me haría daño. Larry es muy fuerte.
Sus dientes dejaron un hoyo del tamaño del mundo a mi bota. El dedo gordo que fue el que alcanzó a morder no sufrió daños. Lo supe cuando al ir con la señorita podóloga ratifico que estuviera completo.
Ya decía yo que por algo permanecía lejos de la entrada y amarrado. Me daba pena. Claro que no sabía que a ese hijo de belcebú le gustaba comer señoras hermosas.
Y ya es todo, debo irme. Santa me dejó sin internet quién sabe por cuanto tiempo. Este post fue algo así como un coitus interruptus. Apenas voy gozando escribir y ¡mocos! me tengo que ir.
No me extrañen, o si, aí ustedes saben.
Click!