Mucho me creo volar revuelta en la mesura del tiempo que hoy por hoy es el retroceso en el que me hallo envuelta en papelitos de celofán negro. Aroma a nardos en flor. A muerte resucitada. A orilla sin compromiso. Los ángeles no tocan las cornetas de alivio, nunca como ahora elevan sus blancas alas muy lejos del paraíso terrenal. Mi último perfume será el del azahar recién florido.
El tiempo vociferando los minutos perdidos todos los días con tanta desvergüenza. Caminito de alhelí muéstrame el camino al paraje bautizado un día del nomeacuerdo por el poeta lejano al que la musa se le murió en un berrinchito de a peso. Orgullo casquivano, destrozas el amor con besos jamás dados para que duela en el meritito rincón del corazón rojitosangre.
Es que no soy la que flagela su lengua en agua de limón sin azúcar. ¡Puagh! ¿quién inventó tal desatino? El yo-yo es un espíritu en eterno soliloquio.
Mi flagelo no surca la espalda con rayones rojos, más bien atiborra la sesera con tanta palabra inexplicable salida de mis dedos. Mi mente termina por ponerse a resguardo cuando se aparece después de la hora el teclado nuevo. Palabras salidas de un insomnio malogrado. Las veces que mis ojos se abren a la noche interrumpen la danza de los algos apoltronados hace tiempo ya a las orillas de la cama.
¡Calumnia! No son algos, son seres olvidados venidos del mundo de las sombras a buscar la pertenencia. Ese deambular lleno de lugares extraños invocados por voces que no son para ellos. Tantas almas sin dueño, tanto deambular por las noches sin tiempo. Nunca había sentido tanto pulular de gente perdida como cuando morí en la casa paterna. A la orilla de la carretera los muertos eran noticia diaria. Cuanta alma en pena sin nadie que les ayude a encontrar su camino. ¿Cómo? todos temen a la muerte. Yo no le tengo miedo, es el salvavidas de mi redención. Y si no, pues no, tampoco es para preocuparse. Si voy al cielo Dios me dirá que fui tan mala que no hay cabida para mi. Y el Diablo dirá que fui en extremo buena. El infierno no me corresponde, rezongará limándose despreocupado las uñas. Lucy ni se entera que existo. Dios no sé, no hablo con él.
La cordura divaga en los dinteles de la gloria sacra.
Divago lunes y jueves. Miércoles y domingo. Sábados de eufemismos tortuosos. Todo lo que de mi sale refleja un estado mental intransferible. ¿Quién quiere letras escogidas por alguien que no soy yo?
Me estoy convirtiendo de a poquito en un ser invisible. Bien mirado puede ser bueno. En el mundo de los invisibles da igual si eres flaca o gorda. Panzona o estómago sin directrices. Chimuela, ojos tristes. Ah si, la última muela que se me cayó, la perdí en el olvido de mis desmemorias.
Supe que El Ratoncito Pérez entró en crisis monetaria. Vino a México en un avión de un lugar lejano. Escondido en un dique construido por él mismo, daba cuenta de los dientes que iban cayendo uno a uno de la boca de los pasajeros de un avión tan extraño como él mismo.
Fue almacenando los dientes en una cajita que se fue llenando tan pronto como se acabó el dinero. El tiempo de las vacas flacas vino cuando por coincidencias absolutas se le fue quitando el gusto por las caras alegres de los que encontraban una moneda debajo de su almohada. Después las maldiciones y las lágrimas infantiles de incomprensión fueron su saludo cotidiano. Monótono como la lluvia de septiembre. Soldaditos sin color estrellándose en un suelo de pavimento.
Los ratones también perviven separados por clases sociales en las cuales esconden la presunción de lo que se carece. La idea es esa. Hay ratones en palacio, ratones de clase media y ratones sin dios y sin gracia. Y pues a mí me toco uno de´sos. Un ratón más pobre que mis versos de poeta en flor.
Ser invisible es cuestión mental como todo o casi todo. Siendo invisible no hay mucho qué hacer por alguien inexistente. Va eliminando uno sus cosas, sus querencias, posesiones, amarguras, amores paganos. Zapatos, botitas, cuadernos de amor y desafíos. Las letras incluso se borran en un click furibundo. Nadie entiende el sentir de los invisibles. Por más que griten nadie los oye. Nadie los ve.
Los invisibles son huellas de amor perdidos en la premura de la niebla. Los invisibles son los nadie. Los invisibles son la nada a la vera del camino.
En ese entorno de algos y de entes sin sombra caducan los días en una época donde por montones los invisibles han superado su propia existencia mirándose en el espejo.
Fins després amics.