La forma que encontró el médico don neurólogo ha sido la que aprendió
en las aulas universitarias. Bajarle tres rayitas a mi irritabilidad y malhumor
con otro antidepresivo más. Aletargarme para que con sonrisa boba acepte
el destino para mi escrito. De esa manera dejaré de azotar el móvil contra
las paredes cuando lo que dice no me gusta. De igual forma el cereal o lo que tenga
en las manos no caerá consciente al piso para hacer saber a alguien que existo.
Los lugares se reducen, no puedo transitar entre la gente. Estorbo en un mundo lleno de prisas. El ritmo que siguen sus pasos son un tronar de tambores en mis oídos. Engatusan los sentidos haciéndome creer que puedo seguir el ritmo acelerado. Prisa desaforada por llegar a checar tarjeta. El mundo es un complejo sonido lleno de notas discordantes. Mis pies no encuentran el acertado paso para salir gloriosa de ese arrabal de emociones de los domingos en familia.
El señor don doctor quiere bajar tres rayitas a mi irritabilidad y malhumor con cápsulas de tenmeaquí. Don neurólogo ignora que mi irritabilidad es cíclica. Aparece con los primeros calores de marzo y termina los primeros días de los otoños fabulosos con sus alfombras de hojas muertas. El calor vulnera mis sentidos. Inhibe mi mente. Convierte los restos de mi cuerpo en guiñapo ultrajado por el sudor desquiciante. Las prisas, la gente exacerbada por el sol, piernas metidas en shorts de mil colores. Hombros al aire, pelo apretujado, deseo obsceno reflejado en las miradas impías en hombres sin compasión ni memoria. El calor toma de rehén mi piel ajándola sin piedad como antaño cuando mi madre curaba heridas de lo desconocido con paños de bondad. Un cuerpo enfermo con el que he luchado desde que tengo memoria.
Asustando al cuidador de mi boca salen dolores profundos. Ayes lastimeros que no puedo acallar en medio de la noche. Reniego del sentido de la vida. El agua escasea. Marchita el sol la gracia de mi cintura. Estoy convertida en caricatura gore. No existe en los anales de la memoria tanto descuido a mi persona. No existo en un más allá de nadie.
Me quiero bañar como Dios manda, si es que acaso los dioses se bañan. Perdida en un océano de metas a las que nunca llegué. ¿Qué hay después de la meta? La nada como epitafio. Mi epitafio será un silencio oscuro escrito en el pecho del aire. No existí como forma. Viento con perfume de una flor cualquiera. Fosa común de los rebeldes. Todo eso lo veo, lo siento, lo palpo. Puede que el señor don doctor esté en lo correcto y quiera salvarme de ver esos mundos atroces en los que la mente se mueve. Quiere que viva en el Paraíso de los locos. Con sonrisa boba, sin fuerzas más que las del hálito de valor que me queda vagaré este tiempo de prueba. Seré un manso corderito asintiendo en todo lo que me diga quien ose mandarme. Ni así vencerán mi espíritu rebelde. Punto final.
Los lugares se reducen, no puedo transitar entre la gente. Estorbo en un mundo lleno de prisas. El ritmo que siguen sus pasos son un tronar de tambores en mis oídos. Engatusan los sentidos haciéndome creer que puedo seguir el ritmo acelerado. Prisa desaforada por llegar a checar tarjeta. El mundo es un complejo sonido lleno de notas discordantes. Mis pies no encuentran el acertado paso para salir gloriosa de ese arrabal de emociones de los domingos en familia.
El señor don doctor quiere bajar tres rayitas a mi irritabilidad y malhumor con cápsulas de tenmeaquí. Don neurólogo ignora que mi irritabilidad es cíclica. Aparece con los primeros calores de marzo y termina los primeros días de los otoños fabulosos con sus alfombras de hojas muertas. El calor vulnera mis sentidos. Inhibe mi mente. Convierte los restos de mi cuerpo en guiñapo ultrajado por el sudor desquiciante. Las prisas, la gente exacerbada por el sol, piernas metidas en shorts de mil colores. Hombros al aire, pelo apretujado, deseo obsceno reflejado en las miradas impías en hombres sin compasión ni memoria. El calor toma de rehén mi piel ajándola sin piedad como antaño cuando mi madre curaba heridas de lo desconocido con paños de bondad. Un cuerpo enfermo con el que he luchado desde que tengo memoria.
Asustando al cuidador de mi boca salen dolores profundos. Ayes lastimeros que no puedo acallar en medio de la noche. Reniego del sentido de la vida. El agua escasea. Marchita el sol la gracia de mi cintura. Estoy convertida en caricatura gore. No existe en los anales de la memoria tanto descuido a mi persona. No existo en un más allá de nadie.
Me quiero bañar como Dios manda, si es que acaso los dioses se bañan. Perdida en un océano de metas a las que nunca llegué. ¿Qué hay después de la meta? La nada como epitafio. Mi epitafio será un silencio oscuro escrito en el pecho del aire. No existí como forma. Viento con perfume de una flor cualquiera. Fosa común de los rebeldes. Todo eso lo veo, lo siento, lo palpo. Puede que el señor don doctor esté en lo correcto y quiera salvarme de ver esos mundos atroces en los que la mente se mueve. Quiere que viva en el Paraíso de los locos. Con sonrisa boba, sin fuerzas más que las del hálito de valor que me queda vagaré este tiempo de prueba. Seré un manso corderito asintiendo en todo lo que me diga quien ose mandarme. Ni así vencerán mi espíritu rebelde. Punto final.