No echo la culpa a Dios de lo que me pasa, yo y nadie más soy responsable de mis actos. Orate o no soy consciente de lo que hago.
Cuando estoy ida lo maldigo porque me dio un "castigo" inmerecido. Después, serena le pido disculpas en nombre de la amistad que tuvimos cuando era niña.
¡Blasfema! dirían las plañideras desconocidas de mi pueblo. ¡Arrepiéntete infeliz! diría el sacerdote francés de la Parroquia de la Concepción donde todos los domingos -hasta que fui inconsciente- íbamos a misa de 7, cuando el gallo equivocaba su canto con un cocorocó amodorrado. Los gallos afinan su canto a la luz del desfalleciente titileo de las estrellas diáfanas del amanecer.
Nos levantaban tempranito para conocer a Dios y los milagros que otorga a todos aquellos creyentes ciegos de su infinito poder. ¨Pídele a Dios con mucha fe, él escucha a los niños¨. Yo creo Dios era sordo en ese entonces o sería que la fe no era algo a lo que yo me arrimara. ¿Puedo quedarme a dormir otro ratito?
Así te va a decir cuando le pidas ayuda: Espérame un ratito. Dios es inmediato. No espera.
La fila de chamacos somnolientos detrás de mis padres se iba acortando al paso de los años.
La cara de Dios se fue perdiendo en el transcurso del tiempo. Todos al paso de los años renunciábamos a seguir creyendo en alguien tan ajeno y tan lejano como la distancia que hay entre el cielo y mi cabeza.
Con él se fueron los rezos, las peticiones absurdas salidas cual cuentas del rosario de mi primera comunión; "cuida a mi esposo diosito y a mis hijos y a mis hermanos y a mis cuñadas y a mis tíos y a mis primos y a mis perros y a los niños de la calle, amén.
Un día de súbita claridad, cuando todo marchaba mal y siendo precisamente cuando más me acordaba de él, entendí que Dios no castiga sino que es uno mismo el que se flagela con látigo de cinco puntas. "Algo muy malo debo haber hecho para merecer esto". Busqué, busqué y busqué en mi interior lo terriblemente abyecto que pudo suceder por mi culpa. En mi otra vida quizás porque en esta he sido más bien boba. Los bobos no hacen daño, son sólo bobos y ya.
No ví a Dios pero encontré la mirada eternamente triste de mi madre, a mis hermanos ausentes que no volví a ver jamás. Encontré la sinrazón del alejamiento de todo aquello con el que pudiera tener contacto físico. El abandono -que no fue tal- al que fui sometida por mi misma durante dos años fueron cimiento de lo que ahora soy. Una mujer casi sin recuerdos. Exenta de rencores no hay más que hablar. El viento se llevó la esencia dejándome un suave perfume de nomeolvides.
Dios comenzó a agonizar desde antes que yo cumpliera ocho años.
Hace poco le grité en mis silencios lo mal que me trató hasta antes de llegar Barry. Vociferé, lo insulté, le recriminé todo el dolor por el que pasé. Dios es silencioso. Yo también. Llegué a este mundo sin hacer ruido.
Consciente de lo pequeña que soy dejé de persignarme, tal vez buscando un enfrentàndome sin miedo a él. Mírame, no he puesto tu escudo protector sobre mi frente. No tengo miedo Dios, dije por lo bajo, no vaya a ser el diablo y ora si me escuche.
Pasado un tiempo prudente, vi que no pasaba nada. Con o sin él la vida marchaba. ¿Estás ahí Dios?
La memoria ha perdido fuerza. Por las mañanas más por costumbre que por convicción, hago un simulacro de señal de la cruz antes de bajar las escaleras. El Cristo negro crucificado no me mira. Disimula viendo para otro lado. Cualquiera que viera el ademán pensaría que espanto fantasmas.
Sé que cuando yo muera, Emilia se encargará del novenario que en mi honor se rece. Pedirá por esta alma perdida en busca del Señor. Siendo católicos de pura cepa, Los Apellidos Ilustres también orarán por mí sin preguntarse jamás el porqué de mi alejamiento para con ellos. Son nobles. El gran corazón que poseen -herencia de mi madre- les ha permitido acercarse al ser extraño que esto escribe.
Mi pelea con Dios está por finalizar. Estoy vieja, enferma, tranquila, mi sabiduría de vieja volátil sabe que el tiempo llega. Nada me grita más que el tiempo se acaba cuando veo mi imagen en el espejo o cuando me toman una fotografía. No hay nada más sincera que una fotografía. Se puede imaginar lo que representa la imagen pero la cara, el rostro grita el tiempo que se escapa entre los dientes, el pelo cano, la simetría de una sonrisa fingida. Pose falsa porque una no está acostumbrada a verse a través de una lente. Sonríe,
click!
Dios de imagen no es Dios. Es un alguien desconocido, igualito que yo en fotografía. La viva imagen de la inexistencia sempiterna de una fe encadenada al miedo a lo desconocido.
Tal como como siempre digo: Dios y yo nos ignoramos. Él hace como que no me ve y yo hago como que no existe.