Por las mañanas cuando amanece, me levanto y comienzo a caminar tanteando el terreno. Es como si cada mañana tuviera que programarme para recordar lo aprendido ayer. Como si fuera un bebé doy los primeros pasos. Uno... dos... tres... paso a pasito. Así cada día, todos los días. Empezar en el mismo punto. Aprender a caminar de nuevo cada bendito día.
En los comienzos de mis citas con el neurólogo este siempre me preguntaba si me había caído. No. Por lo general siempre he pisado firme y el suelo no es visitado por mi en mi etapa adulta.
Siempre existe una primera vez para todo.
Camino por toda la casa seguida por los chihuahuas y a mi lado La Bella. Siempre andan pegados a mi, por ende debo tener el doble de cuidado para no caer y tropezar con ellos. Caminando juntitos los cuatro como banda sui generis en lucha contra el mundo vamos por la casa en busca de aventuras.
Un día, viernes para ser exactos, el hado de mis días decide que ya chole, hay que darle un poco de emoción a la vida.
Entonces el pinche hado clava mis pies al suelo cuando voy a dar un paso. La inercia hace que el cuerpo siga su destino y en menos de lo que lo cuento doy con mi triste humanidad en el piso llevándome entre las patas a los perritos. Mis manos tratan de aferrarse a algo pero no encuentran nada. En un vano afán por asirme de un objeto salvavidas, mi mano izquierda se agarra del suéter de La Bella yéndonos todos al suelo. ¡Plas!
Cuestión de segundos.
He de decir que cuando me he caído nunca meto las manos para detener el golpe o para no lastimarme más de la cuenta. Esta vez no fue la excepción. Un saco de papas en caída libre, esa soy yo.
Y bueno normal, me golpee la cara, se inflamó la rodilla, el dedo gordo de la mano derecha. Tengo golpes en las costillas, el pecho, los brazos, todo, ay.
Quedé tirada en el suelo como muñeca rota.
Quedé tirada en el suelo como muñeca rota.
Asustada como estaba, me levanté como pude. Alcé a la niña revisándola para ver que estuviera bien. No había sangre ni en ella ni en mi, quiere decir que no era grave. Se golpeó la cabeza pero fue con mi espalda así que el golpe no fue duro.
Aferrada a mi cuello preguntaba qué había pasado. Babo ladraba asustado y Tiki lamía mis manos. ¿Y yo? Dios de todos los eternos, lloraba a moco tendido.
Durante ese tiempo pensaba a quién llamar para que fueran a socorrerme. Pensé en mis hijos, en mi hermana, en Pache, en Barry pero al final no llamé a nadie. Sola y con La Bella aferrada a mi cuello me lamí las heridas. Sentada en la cama lloraba mi desgracia. Recité en silencio todas las maldiciones que me sé y bendije al hado de La Bella que la había protegido. ¿Mis perritos? Ellos son de goma.
Después ya, se los conté a todos y me regañaron porque no uso el bastón, porque no encierro a los perros, porque bla bla bla. Todo quedó en llamada de atención de mi familia y de la pinche vida de que me tengo que poner muy trucha porque ¨la marcha congelada¨ dio su primera señal de vida y contra ella no queda más que andarse con cuidado.
Blah! conmigo no podrá nadie, nadie. ¿Si saben? N a d i e.
Blah! conmigo no podrá nadie, nadie. ¿Si saben? N a d i e.
Amén.