(Cuento de miércoles para jueves porque para viernes nunca será)
No va a subir a pie señito yo sé lo que le digo. Me quedé viendo desafiante al tipo y emprendí la subida a tan empinada cuesta, mis piecesitos se hacían chuecos porque no estoy acostumbrada a caminar entre piedras.
¡Súbase señito! me dijo el campesino cuando me quedé parada viendo lo difícil del camino, pero no iba a subirme a un pobre cuaco que estaba en los huesos. Podía contarle las costillas, estaba tan esqueleto que imaginé iba a caer de panza con las patas abiertas-el caballo no yo-tan pronto pusiera mi hermosa anatomía en semejante jamelgo.
No pasa nada, es juerte aunque no parezca -decía el anciano- mientras mis ojos pedían perdón al intento de caballo que me miraba con ojos de no mames me voy a pandear. Llenando de aire mis pulmones sin volver a mirar a los ojos del caballito, me crucé el bolso, me subí no sin antes querer caer del otro lado porque en mi pinche vida me había subido más que a los caballos de feria que ni relinchan siquiera.
Y ahí voy a lomo de cuaco, con el viejillo agarrando la rienda mientras yo me detenía hasta con los dientes para no caer e irme a estrellar a las rocas que el volcán había expulsado vaya saber su madre cuando.
La subida estaba tan llena de rocas, lodo y hoyancos que el pobre jamelgo esquivaba gracias al sabio manejo del campesino que no sé cómo chingados no se cansaba. Yo no más ver la empinada cuesta ya iba sacando la lengua. El viejo y el caballo iban tan frescos como las lechugas o al menos nunca oí que se quejaran pero si vi la sonrisa burlona del pinche matusalén que se reía en sus adentros.
Llegué o deberé decir llegamos sanos y salvos hasta un santuario quenorecuerdocomosellama. Ahí pude bajar y dejar descansar al pobre caballito que seguramente cuando me bajé ha de haber respirado tranquilo al descargar semejante dama. Lo malo que todavía faltaba el regreso, pinche madre quién me dijo que ese remedo de Rocinante era más fuerte que yo, ni siquiera bufó. De mí ni hablar.
Y vale madre ahí voy pa´bajo de nuevo pidiendo a dios y a todos sus santos anexos y convexos que se acordaran que un día hice algo bueno y que me lo valieran para no estrellar mis huesos -porque tengo, muy escondidos bajo mi carnosidad pero tengo- pero Dios se acordó de un día lejano que rezongué a mi madre, empezaron a caer gotas de lluvia, ora si ya valí madre le dije a Sancho Panza digo a Barry que como buen jinete ni se inmutaba ante el camino lodoso. Ah chinga ahora resulta que sabe conducir caballos, achis.
Por fin llegamos al lugar de partida después de haber pasado las de Caín en el pinche camino, me bajé pero el cuaco se movió, el viejillo no me pudo detener, Sancho no me alcanzó y si, caí con mis quinientos huesos y un collar de calaveras como dice Quique en la tierra, pinche madre en mi méndiga vida me vuelvo a subir a ningún animal de cuatro patas pendejos ¿o seré yo la pendeja?, será el sereno pero no me vuelvo a subir a un jamelgo a menos que alguien me quiera robar a lomo de su caballo bayo, ahí si ni me quejaré, auch!
Bonito el cuento, sí señora.
ResponderEliminarBesos.