Las mejores horas del día se me van estando escondida en mi recámara. Mi mirada cohibe a Natalis, no la dejo concentrar en sus clases. Ya sabía de mi fuerte mirada. mi nuera cuando la miro se pone nerviosa, se le caen las cosas, se equivoca o lo que sea que esté haciendo, la perturbo. ¨Es que usted tiene una mirada muy fuerte.¨
¨Lo que uno no puede ver en su casa lo ha de tener.¨
Cuando la abuela fue envejeciendo veía cómo la iban haciendo a un lado, no por ignorancia o algún otro pretexto, era cosa normal. La abuela hablaba muy quedito, no se le entendía nada a menos que uno estuviese muy cerquita de ella. A mí me daba pena verla tan sabia y tan sola. Platicaba con ella, tenía tanto que compartir como la vez en que estuvo en el hospital y cuenta del como se le apareció la virgen con su vestido blanco y un velo largo, largo.
Era una joya escucharla contar todas sus cuitas desde pequeña en que tuvo que hacerse cargo de ella misma cuando a su madre se le ocurrió que era hora de partir.
Vi su involución. La forma en que dejó de vestir ropa linda para usar la que se pusiera sin tanto problema.
Dejaba que la peinara su hija. Yo pensaba ¨ojalá cuando esté vieja no me peinen así.¨ Los hijos cuando les toca hacerse cargo de sus padres se creen que uno es un bebé en viejo. Le quitan la voluntad de seguir viviendo. Soterran su habilidad para resolver problemas. La abuela siempre temía dinero para dar a sus nietos queridos.
A veces no quería bañarse, ni cambiarse, ni vivir pero, ella tuvo el coraje para seguir adelante aún cuando vivir no era la mejor opción.
Yo llevo el mismo camino de la abuela. Tengo tres o cuatro mudas, ropa favorita sin botones, lazos, cremalleras. Sólo de meter y usar. Andar con tanto adorno es molesto.
Los pantalones sin nada más que el elástico de la cintura. Cuando uno se pone vieja las tallas dejan de existir. ¨Soy talla 34 pero me queda mejor la 36¨.
Zapatos cómodos, todo cómodo que uno ya no está para andarse poniendo lo que no le va. En sus cumpleaños le llevaban mariachi. Me daba pena verla porque su cara no era de felicidad. La abuela quería que la dejaran en paz. Teniendo una familia tan grande eso era imposible.
Un día nos dijo a todos los ahí reunidos -era 24 de diciembre fun fun fun- ¡váyanse todos a chingar a su madre! Nos quedamos sorprendidos, no sabíamos si era broma o era de verdad. Cuando vimos su cara tomamos nuestras cositas y nos fuimos a la chingada.
Yo no he corrido a nadie de mi casa, espero nunca hacerlo.
La abuela era una señora muy sabia. Dijo que cuando muriera iba a venir a mi casa, esconderse detrás de las cortinas de las ventanas para ver cómo trato a su hijo (Barry). Ahora que lo pienso esa sensación de que alguien anda arriba de mi cama quizás es ella. No me asustó pero se me paraliza el corazón.
La abuela debió tener una mejor suerte. Afortunadamente murió en su casa rodeada de su familia. En su casa con su gente.
La abuela fue una gran mujer, para llegar a ser como ella me falta mucho. La cosa es que no quiero ser otra abuela triste, un tanto olvidada, preocupada siempre por sus hijos.
El día que me llegue a morir pido como un único favor que me dejen morir en mi casa, que nadie me vea muerta.
Quiero que me recuerden con mi sonrisa bronca pero tímida a la vez. Quiero que compren un árbol y en él rieguen mis cenizas, no deseo andar volando en un mundo en el que no supe cuál era lugar.
Mi concusión es: Viví buscando un lugar al que pertenecer. Incapaz de encontrarlo quiero morir para no más volver. Espero mis siete vidas terminen conmigo. No dejé nada al que haya que pagar en otra vida.
Dios salve al mundo de tener otra la MaLquEridA, yo sé lo que les digo.