El comandante Barry del Olmo Picazo y Sánchez había pasado varias noches sin dormir. El ejército de hormigas fue adueñándose de toda la casa sin encontrar resistencia alguna. El baño, las recámaras, el patio trasero, la cochera. Todo había sido tomado en menos de una semana. Las estrategias funcionaban a la primera. La gente de casa se descuidaba un momento y en menos que canta un rayo, digo un gallo, hicieron presencia por todos los malditos lados.
La 1ª y 3ª división formaron un gran cinturón negro pegados de espalda a la pared. Todos con su rifle de asalto y una resortera hecha de piel fina y elástica de Drosopila Melanogaster. La cabeza del mosco servía de casco protector y el esqueleto era buen escudo para repeler el rocío vertido por los atomizadores del comandante. Un girasol insertado en el ojal de la camisa camuflada color verde rebuscado era la incongruencia de la guerra.
La siguiente batalla fue la más cruenta. Cruzando el patio a la luz del sol, soldados hormiga sin perder el paso avanzaban rápidamente para no ser presas ni de animales ni seres humanos ni gatos domesticados.
Habían avanzado dos terceras partes sorteando charquitos limpiadores con aroma lavanda, cuando a la de sin susto les cayó una especie de lluvia verde tan espesa que era imposible seguir caminando sobre el suelo. Se caían llevándose entre las patas al de adelante. Como fichas de dominó iban una tras otra. Los escudos más que ayudarlas se convirtieron en estorbosos objetos que chocaban entre sí. Los soldados no sabían de quién protegerse. Atónitos no entendían de dónde llegó la lluvia infame. Convirtiendo en burbujas el aire que respiraban. Burbujas, burbujas, quiero hacer burbujas.
El comandante Barry del Olmo al ver que el líquido era eficiente mandó a su subordinado el Cabo Bruno Don Juan de las Cheves Frías a surtir los recipientes con tapa que encontrara. Botes de yogurt, de crema, de helado, sirvieron de mucho para almacenar el líquido verde aniquilador de hormigas soldado. Frascos de café y una botella de Red Cola fueron lo último que llenaron, partiendo en seguida a lomo de patineta con su valiosa carga en manos.
El General Olayo Santoscoy de la Garza y Garza pidió refuerzos a los aliados. Las Hormigas del Frente a la Calle no podían porque les había caído una plaga de arañas de patas negras peludas gordas y elegantes que un día descubrieron que las hormigas son deliciosas untadas con miel de pasto corriente, traída expresamente para servir en el restaurante de La Comadre Siberiana. La dueña, una araña sin complejos de panza ni cosas sutiles, había dado con la clave del éxito con ese platillo gourmet. De rostro choncho y pelo ensortijado bailaba en el centro del restaurante loca de felicidad, mientras las arañas patonas dado que eran muy tragonas, acabaron con las hormigas ipso facto, quienes fueron medrando ante el ataque salvaje de las gordas patonas. Descartadas Señor General, sino mire que sí íbamos allá para ayudarle, respondió Severiano Riquelme quien estaba al frente en ese tiempo.
Una palomilla blanca usada como correo fue a pedir ayuda al Ejército del Bajo Relieve, pero esas tampoco estaban en condiciones de ayudar. La Orquesta de Grillos de la 9ª división y las Mariquitas Tribales acabaron con ellas. Los colores rojo sangre y negro lujurioso hicieron un magnetismo tal en ellas que solitas caían como moscas con Raid.
No contaron con que éstas se las habían comido la mayor parte en un acto de amor y odio perverso.
Muy pocas se salvaron. Las que hallaron les dijeron que no que muchas gracias, que otro día que no lloviera irían, cómo no con mucho gusto. Usté dispense señor general y demás lerdos que le acompañan.
Al Ejército les quedaba alguien que no estaban muy seguros que les ayudaran. Los Grillos del Viejo Orden Mundial y Los Escorpiones Sin corazón del Altiplano. Ellos eran el último recurso que tenían para salvarse. Entrenados en el Sur del Medio Oriente, contaban con armas de última generación que ni los ejércitos mejor armados tenían. El armamento era distribuido clandestinamente por el jefe del cártel Floripondio Tres Marías Carrancá, el más salvaje jefe de todos los jefes que surtía por los recónditos recovecos de la imaginación.
Mientras, en el Patio Trasero, Barry del Olmo de tanto apachurrar gatillo se cansó, yendo a tomar una siesta vespertina dejando al mando al Cabo Bruno Don Juan de Las Cheves Frías. Un enamoradizo miembro de la cuadrilla del 23, dispuesto con toda su valentía a matar a besos a todo ente que se le pusiera enfrente. Si eran hembritas mucho mejor.
La segunda oficial al frente Coronela Kiku De Juaritos Incipiente. Heroína de todas aquellas que requieran protección. Mujeres, hembras y niñitas sin protección. Ella quedaba al mando en las muchas veces que el Cabo perdía el alma por una hembrita caderona y bien servida. Entonces la Kiku alisaba el pelo negro de caracolas enormes. De voz de locutora perrona hacía obedecer al más pintado.
Acompañada de la alférez Natalia La Bella y su señora madre LizCristina Soñadora Dispersa del reino de Nezayork, se ofrecieron a terminar con el ejército de hormigas, pero no contaban con que de puntitas y sin hacer ruido llegaron de los cielos Las Hormigas Rojas Gigantes del Infierno Bendecido, que harían ver su suerte a todos los miembros de la familia de militares sin experiencia del Barry del Olmo Picazo y Sánchez.
Heroico Ejército de Hormigas del Patio Trasero libraría lo que sería la última lucha.
¡Prepárense para la ¨bataia¨!
Ora si violín de rancho ya te llegó tu profesor.
Me cuesta entenderme y cada vez más a ti. Y no sé qué pensar. Rézale el domingo por los dos a esa virgencita tuya. Por favor. Te quiero. Beso.
ResponderEliminarSalud.
Jajajaaja, parece la crónica de la Guerra del Fin del Mundo, jaajajajaa
ResponderEliminarMe diviertes.
Eres genial.
Besos.
Parece que fue ayer cuando nuestra Natalia la Bella no quería volver al colegio porque ya había ido mañana y ya la tenemos convertida en toda una alférez, con su estrella de cinco puntas incluída (al menos por estos lares es la que se gasta esa graduación).
ResponderEliminarEl comandante Barry es más afortunado que el general de Gabo, que no tenía quien le escribiera. Y menuda escritora.
Me ha encantado tu historia. Eres la mejor.
Besos.
El general de Gabo no era ni general, que era coronel.
Eliminar;))))
ResponderEliminarDe batallas domésticas y cotidianas el mundo esta lleno, pero no tienen una cronista de tu categoría para dar fe de ellas.
Besos.
Absolutamente GENIAL!! Ya quiero saber còmo continùa esta dura guerra
ResponderEliminarA mi me ha encantado, lo cual no me extraña, eres una genia ... :)
ResponderEliminarBesitos y salud
Vengo de la entrada anterior...
ResponderEliminarHe buscado "A darle que es mole de olla", jajaja...
¡Qué bueno!!!
La mejor contadora de cuentos.
Y la Bella ya es toda una alférez :)
Gracias, mi querida Malque.
Un beso, con mucho cariño.
De tu RosaRosita :)
¡todo un parte de batalla en regla! y tal parece que falta la parte final.
ResponderEliminarun beso.
No sé por qué en esas batallas aunque llevemos las de ganar siempre terminamos perdiendo...
ResponderEliminarSaludos!
J.
Jajajajaja, bueno parece que el batallón de hormigas será eliminado. Tienes un gran ejercito que se encargará de ellas para que no lleguen a colarse en el azucarero. Jajajajaja, sigue contando batallitas de esos bichitos menudos que nos invaden y nos ponen tan nerviosos.
ResponderEliminarAbrazos
¡Qué buen relato! Imaginé con claridad a esas hormigas.
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