Esperen niñitos que me leen. Ya saben que tengo un miedo recurrente a que digan que estoy loca, ¿no? Si no lo sabían, ahora se están enterando. Loca de remate, de camisa de fuerza y así.
También saben -si es que se les queda lo que escribo- que voy a terapia desde hace casi un año.
Miren, hace poco se me vino una idea a la cabeza. Se me ocurrió que nunca voy a dejar de ir a las sesiones porque siempre habrá un pasado que aclarar.
Todo lo que haga será sujeto a análisis, de esa manera podré encontrar en la penumbra abyecta de un pasado que no debió suceder lo que me hace ser hoy.
Y es que fíjense, antes de la competencia no podía dormir porque ya saben que tengo los insomnios doblemente despiertos, entonces hagan de cuenta que una madrugada como que se prendió una luz en mi cerebro dejando ver una cosa muy requetearchicontrafea. Paranoia pura.
Pensé que mi psicóloga favorita se confabulaba con Laura para recluirme en la casa de la risa. Suena espantoso pero lo jurito por dios que así lo vi aquella madrugada.
La señorita médica me quiere mucho -lo demuestra en cada sesión- pero su trabajo es su trabajo y si dijera que tengo alborotada la sesera ¿quién pondrá en duda su dicho?
¿Qué hice en ese amanecer tortuoso?
Primero se me puso la carne de gallina, se me erizaron las rastas y los ojos se abrieron cual platos llanos. Luego sacudí la cabeza para espantar esa idea espeluznante -brrr- e intenté seguir durmiendo.
Por la mañanita, dado que no tuve terapia me puse a platicar con Laura por whatsapp. Antes de decirle nada le hice prometer que nunca, jamás de los jamases pemitiera que me encerraran. Preguntó quién quería hacerlo. Contesté que nadie -esa es la verdad- pero por si las moscas, si un día en que sea más rara de lo que soy no me reconociera, me de un poco de tiempo para encontrarme antes de hacer una barbaridad.
Lo que pasa que a veces me sublevo a la razón y actúo como gente normal pero es parte de la cordura bipolar que arrastro desde tiempos inmemoriales. Lapsus estupidus de una señora muy aseñorada.
Después de hacerle prometer so pena de no volver a hablarle, Laura aceptó por la sencilla razón que soy su madre.
A Barry -quién me conoce hasta la forma de soñar- le pregunté si aceptaría encerrarme en el maniquiur en dado el caso. Dijo que no pero...
Ese pero me hizo ruido en el cerebro.
-Puedes hacerte daño si te pones loca- dijo.
¡WTF!
Barry de mis entretelas no confío.
Puede que en la próxima terapia le cuente a la psicóloga lo que se me vino a la mente pero ¿y qué tal si yo misma comienzo a cavar mi propia tumba?
Si no se lo digo comenzaré -como dije antes- a ocultarle cosas. Me enredaré en los vericuetos de mi desinformación. Adiós Nicanor, lléguele directito y sin escalas al manicomio.
¿No les parece que es muy complicado ser loca y parecer normal? No me contesten. Mejor ya no lo voy a decir porque ¿qué tal y se haga realidad?
Por si las recochinas dudas y si algún día una hermosa, alta y espigada señorita les pregunta por mi, digan que no me conocen. Niéguenme las veces que sean que para eso somos amigos. (Shhh, no digan cosas feas de ella porque me lee en ocasiones). Ojalá hoy no, pero es que tenía que contarlo para que no suceda.
Yo mientras voy a tomarme la pastilla amasalocos, no vaya a ser el diablo y pase lo que en Caborca.
Abur