El día que secuestraron a Kiku.

Mamaaaaaaaaá!... mamaaaá!!... ayúdame mamá...
unos tipos me subieron a una camioneta y me tienen secuestrada, mamá ayúdame!.

Fué lo primero que escuché al descolgar la bocina y contestar el teléfono...

Bájala, bájala, métela debajo del asiento, que no se vea...

rápido, que no se vea...

es lo que alcanzaba a escuchar del otro lado de la línea, dos hombres estaban diciendo eso y lo único que pude hacer fue gritar...

noooo!... nooo!

y colgué el teléfono.

Por mi mente pasaban las escenas de lo que estaba escuchando por el auricular.

Estaba sola en casa, empecé a dar vueltas en la sala, los chihuahuas al verme se empezaron a inquietar y andaban alrededor mío, sin dejarme caminar.
Inmediatamente descolgué el teléfono para que no puedieran hablar de nuevo, y lo mantuve así mientras mi cabeza asimilaba todo lo que estaba pasando.

Le hablé por celular a Muny y a Pache que andaban juntos, pero no me contestaron, se me ocurrió entonces marcarle a Kiku a su trabajo.
Hacía poco que en una estación de radio había escuchado lo que se puede hacer ante casos semejantes y traté de mantener la calma.

Pregunté si Kiku estaba ahí y me dijeron que si, les dije que me la pasaran inmediatamente para escuchar su voz y me comunicaron con ella.

Al escucharla, me derrumbé en el sillón y me puse a llorar, agradecida de que todo estuviera bien.

Le dije lo que había pasado y me tranquilizó, llegaron Muny y Pache y hablaron con ella, me dieron una pastilla y me traquilizaron, diciéndome que seguramente eran de esos malhechores que hablan por teléfono a la gente para sacarles el dinero pegándoles un buen susto.

Guardamos el teléfono del que marcaron los maleantes, para llevarlo a la estación de radio y que ellos investigaran.

No sé qué pasó después, ahora solo estoy agradecida con ese Dios del que siempre reniego de que Kiku, mi Kiku esté bien.