Recuerdo allá por los tiempos en que mi vida estaba atrofiada por propia convicción, vivíamos en el departamento de la virgen imaginaria, formada en una grieta por el agua de lluvia. Cada quien cree lo que quiera creer y si todos dicen que es una virgen, es una virgen. Vox Populi, Vox Dei.
Un día o mejor dicho, una noche, mi hermano menor se quedó a dormir con nosotros. Tengo la imagen grabada a fuego lento. Era madrugada, caminaba delante de mí, entonces le pregunté: ¿Escuchas tambores? -No- respondió y seguimos la ruta por el pasillo de los insomnios baratos, los que pasan factura al correr de los años dejando su huella imbatible debajo de mis ojos. Cremas contra las ojeras de mujeres preocuponas apiádense de mi.
Ese es el primer recuerdo de los tambores que escucho siempre cuando despierto en las madrugadas. Siempre verdadero, dicho con el debido respeto para los siempres manoseados por el hartazgo del no saber con qué sustituirlos.
Oigo tambores, ahora mismo los estoy escuchando. Ignoro si son reales. Tal vez alguien en su lejana memoria -muerte discontinua- olvidó llevárselos y cada que un irreal pasa por el espacio que no existe, los aporrea para aferrarse a algo llamado vida.
Imagino. Yo siempre imagino para poder seguir viviendo.
Anoche cuando los vapores del insomnio se desvanecían entre tus versos fallidos, pude escuchar a Barry preguntando qué se me ofrecía. Mi lengua no tuvo fuerza para responder ni mi cuerpo para moverse. Era un desecho de mis propias virtudes. Pude oír antes de caer en el hoyo negro inventado por el alter ego para hacer que los sueños se suiciden y lavarme las manos sin culpa -Gloria in excelsis deo- un ¡no mames! de Barry. Expresión que usamos sin decoro cada que se nos da la gana y cuando no también. No somos lo que hablamos. Somos y ya, es todo.
Cerrando la puerta a la realidad -mutismo abyecto tómame en tus brazos- cerré los ojos sin preguntar de qué se sorprendió.
Cuando el sueño llegue y te posea no ofrezcas resistencia sea quien sea que por ti suspire. Mejor es dormir. Que sea lo que dios quiera. ¿No que eras atea? Si, por la gracia del dios vivo.
Es madrugada, casi cuatro de la mañana, hora en que Lucy -diablo venido a menos- recoge sus artilugios y se marcha a dormir el fastidio de comprobar que cada día le temen nada. Los sátrapas, esquiroles de la vida le han superado.
Quiero ir al baño pero me da miedo, hay que pasar por el rellano oscuro de la escalera. Tengo pavor -hoy como nunca- le temo al fantasma de mis propios miedos.
No quiero despertar a Barry, es domingo, no se vale pero necesito ir al baño. Busco estúpidamente a alguien despierto en whatsapp -como si sirviera de algo- tú tan lejos y yo tan sin ti. Nadie despierto.
Oigo los tambores con un ritmo cada vez más desenfrenado, música tribal enmohecida hasta la ruptura de sus propias emociones.
La alcoba está más oscura que de costumbre. Si tan sólo pudiera prender la luz, pero es que, no quiero moverme por temor a despertar a las ánimas que habitan el espacio sin tiempo. Recuerda una cosa, si vas a rezarle a las animas benditas será para siempre, una vez que las invoques ya no se irán de ti. Si las olvidas son un poquito vengativas. Allá tú y tus queveres con los irreales. Te lo digo yo que de eso sé muy poco. Las dejo en paz, ya sufrieron bastante en este mundo que no a todos concierne.
Apenas puedo ver lo que escribo. Retales de insomnio inmortal violando mis pupilas. Sueños desbocados a renglón seguido. ¿Qué sabes tú de mi como para merecer estar en tu vida?
La luz blanca del iPad aleja todo lo malo. Halo de luz esquizofrénico cuidando mis dedos y las ideas que de ellos fluyen.
Afortunadamente los chihuahuas duermen al lado. Pequeños seres roncando a ras de mis desvelos. Evitan con todo y su pequeñez que los habitantes del submundo se me acerquen. ¿Los oyes soñar? Ellos también tienen pesadillas.
Requiero ayuda inmediata, el contenido de la vejiga está al borde de la huida. No se asusten, todos somos humanos. Benditos los que pueden ir al baño sin traspies porque de ellos será el reino de los limpios.
Anda ve, desde aquí te veo. ¿Y si me sale un monstruo? Los monstruos no existen. Aquesicierto, el mío siempre ha estado debajo de la cama. Dios de los amorfos por qué no me ayudas, nomás es ir al baño y regreso. Dale fuerzas a mis pies, a mi cuerpo, a mi alma, a mi todo. Arrópame con el soplo fresco de la cordura, no dejes que el miedo enraice en esta alma poco valiente en menesteres escatológicos.
Para ti no es nada, para mí es seguir guardando la vergüenza en el desván de los decoros. Total, qué tanto es tantito.