Imagen de la red
Metidos en el fragor de la guerra, nadie reparó en la colonia de hormigas chicatanas escondidas debajo del árbol de pera plantado allá lejos de la puerta. La reina Columba la viciosa, estaba al frente de ellas.
Permanecían escondidas por el hecho de ser platillo gourmet. No vaya siendo que algún chef gordo se le ocurra comer hormigas rojas con alitas y sabrosas.
Columba la viciosa, comedora compulsiva de hojas de las que sean. ¨Hojas, hojas, hojas¨. Decía a las obreras encargadas de suministrarle sin reparo el alimento favorito. Mezcladas con hongos a los cuales suministraban material vegetal para su reproducción en una especie de simbiosis perfecta., vivía en armonía celestial. Las obreras trabajaban incansablemente para mantener las arcas llenas de hojas cuando el Comandante Barry del Olmo, afecto a andar descalzo, no se percató que las obreras se habían acercado lentamente a sus pies. A Columba los ojos se le ponían grandes, chicos, grandes, chicos, grandes, chicos al creer que el pie del Barry era un enorme hongo. Sin pensarlo, abrió descomunalmente las mandíbulas y ¡mocos! le da tremenda mordida al dedo gordo del pie derecho del comandante lanzando este un aullido de dolor mientras veía una gota de sangre brotar del pie.
¨
¨¡Papi! ¡Papi!¨ gritó el cabo Bruno presto a socorrer a su padre. ¨¿Te duele papi?¨, preguntaba angustiado.
La alférez Natalia entró por alcohol y gasas mientras LizCristina Soñadora acercaba una silla.
¨¡Papi! ¡Papi!¨ gritó el cabo Bruno presto a socorrer a su padre. ¨¿Te duele papi?¨, preguntaba angustiado.
La alférez Natalia entró por alcohol y gasas mientras LizCristina Soñadora acercaba una silla.
Columba, sin abrir la mandíbula no esperaba la reacción del ¨hongo gigante¨, quedando bajo el pie del herido. Tan plana como una de sus alas quedó en el piso. La colonia de hormigas chicatanas quedaron azoradas sin saber qué hacer.
Una de las obreras cargadoras puso orden dando instrucciones para levantar a la reina y llevarla al nido.
Las hormigas soldado corrían para un lado y para otro chocando entre sí, con tal desorden que se aplastaban entre ellas, menguando en gran medida al ejército.
Las Hormigas Rojas Gigantes del Infierno Bendecido al ser descubiertas por los humanos, cayeron sobre ellas con las armas de spray, cayendo como lluvia mortal. Las más ágiles elevaron sus alas pero eran atrapadas entre la ropa tendida del día.
El viento fuerte se soltó haciendo más difícil la huida. Los aires esparcieron la carga mortal por todo el patio trasero.
Las arañas patonas del fondo de las plantas se levantaban las faldas para no tropezar. Los tacones salían volando cual armas mortales puntiagudas.
Ya no sentían lo duro sino lo tupido. Giovana Tres Puertas trepó a sus hijos cochinilla en su lomo y corriendo tan rápido como corren las cochinillas, puso patas en polvorosa.
Los minutos pasaron en agonía interminable. Cansados de apretar el gatillo del atomizador, los humanos buscando entre las hojas para ver si habían por fin acabado con ellas.
Nada a la vista. Revisando planta por planta no encontraron ningún vestigio de vida hormiga.
Retirando las máscaras protectoras, los guantes y las gorras, procedieron a desinfectarse por si no vaiga a ser las moscas y les pase algo a ellos. Una irritación o güerever.
El parte de guerra presentado por el Comandante Barry del Olmo, fue de 123,465,985,345 hormigas muertas entre chicatanas y hormigas azúcar.
Su ejército no sufrió ninguna baja a no ser el dedo gordo del pie derecho inflado como globo el cual sanaría con cuidados caseros.
Felices y contentos subieron a sus recámaras a descansar. Por fin podrían cantar la gloria a los dioses exterminadores de hormigas azúcar y demás especies.
¡Viva la Doñita de Pelo Blanco y Dientes Nuevos!
¡Vivan las armas de destrucción hormiguil!
¡Viva Contry Sorprais!
¡Viva la mad... ya, ya ya vámonos.
Oakey
El cronista de Contry Sorprais, el viejo Jan Carreras de Vila y Serra, llevaba compilados cientos de escritos bien detallados y precisos de cada hecho sucedido en el pueblo.
Las hormigas soldado corrían para un lado y para otro chocando entre sí, con tal desorden que se aplastaban entre ellas, menguando en gran medida al ejército.
Las Hormigas Rojas Gigantes del Infierno Bendecido al ser descubiertas por los humanos, cayeron sobre ellas con las armas de spray, cayendo como lluvia mortal. Las más ágiles elevaron sus alas pero eran atrapadas entre la ropa tendida del día.
El viento fuerte se soltó haciendo más difícil la huida. Los aires esparcieron la carga mortal por todo el patio trasero.
Las arañas patonas del fondo de las plantas se levantaban las faldas para no tropezar. Los tacones salían volando cual armas mortales puntiagudas.
Ya no sentían lo duro sino lo tupido. Giovana Tres Puertas trepó a sus hijos cochinilla en su lomo y corriendo tan rápido como corren las cochinillas, puso patas en polvorosa.
Los minutos pasaron en agonía interminable. Cansados de apretar el gatillo del atomizador, los humanos buscando entre las hojas para ver si habían por fin acabado con ellas.
Nada a la vista. Revisando planta por planta no encontraron ningún vestigio de vida hormiga.
Retirando las máscaras protectoras, los guantes y las gorras, procedieron a desinfectarse por si no vaiga a ser las moscas y les pase algo a ellos. Una irritación o güerever.
El parte de guerra presentado por el Comandante Barry del Olmo, fue de 123,465,985,345 hormigas muertas entre chicatanas y hormigas azúcar.
Su ejército no sufrió ninguna baja a no ser el dedo gordo del pie derecho inflado como globo el cual sanaría con cuidados caseros.
Felices y contentos subieron a sus recámaras a descansar. Por fin podrían cantar la gloria a los dioses exterminadores de hormigas azúcar y demás especies.
¡Viva la Doñita de Pelo Blanco y Dientes Nuevos!
¡Vivan las armas de destrucción hormiguil!
¡Viva Contry Sorprais!
¡Viva la mad... ya, ya ya vámonos.
Oakey
El cronista de Contry Sorprais, el viejo Jan Carreras de Vila y Serra, llevaba compilados cientos de escritos bien detallados y precisos de cada hecho sucedido en el pueblo.
De la guerra de exterminio del 21 había juntado tal cantidad de datos que fue necesario contratar más gente para llevar en orden el detallado completo de lo sucedido en dicha guerra.
El exterminio del 21 fue el hecho histórico que le llevó los últimos años de su vida. Cuando llegaba la noche, Jan Carreras sentaba a sus seis nietos al rededor de la chimenea para contar cada hecho con suma fluidez. Tenía la magia de los viejos de embelesar a los niños con sus relatos. Muy atentos ni pestañeaban para no perder algún detalle acompañado con formas imaginarias hechas al aire por sus manos huesudas.
El exterminio del 21 había acabado con la desaparición por completo de toda hormiga en la casa de los humanos. Según ahí terminó la historia, pero Jan Carreras había investigado un dato muy importante, lo último de lo último.
Al retirarse el comandante Barry del Olmo y compinches todo quedó en absoluto silencio. Ni la orquesta de grillos tenía ánimos para ensayar a la luz de la luna el concierto próximo a efectuarse en la Bóveda de los Músicos Andariegos de Contry Sorprais.
Tanta muerte les dejó el alma lastimada por mucho, mucho tiempo.
Pasados los días al dar el paseo matinal, Jan Carreras sintió sobre el rostro algo muy delicado que al contacto de sus manos peludas se deshacía cual ala de mariposa.
Siguiendo el fino hilo con la mirada, quedó impactado. Una hermosa tela de araña lucía en lo alto del cielo raso.
Recordó aquella lucha de su juventud con la araña panteonera Bonifacio Silva. Lo recordaba muy bien ya que de un mordisco le había arrancado la pata derecha, quedándole un muñón de grotesca forma que escondía bajo la capa de fieltro grueso que pocas veces se quitaba.
Sabía que con ese tipo de arañas lo mejor era dar la vuelta sin enfrentarla so pena de perder otra pata o las demás, uno nunca se sabe qué tanta hambre traigan las panteoneras ermitañas.
Dando una gran chupada al puro apagado se fue rengueando como si de pronto al contacto del recuerdo, le volviera a doler el vacío de la ausencia.
Quizás si hubiese esperado un poco más habría visto a la pandilla de Bonifacio Silva quien regresaba a sentar sus reales a ese lugar donde bien mirado no sufrirían ataques humanos. La costumbre de estos de no mirar pa´rriba los mantenía a salvo.
Claro, mientras la Doñita de Pelo Blanco y Dientes Nuevos no se le ocurriera la idea de salir con atomizador en mano a buscar insectos depredadores de plantas de ruquita sin quehacer.
Jan Carreras de Vila y Serra moriría esa misma noche con la vista clavada en el sitio donde alguna vez hubo una pata.
No podría ya más escribir como en una noche de luna nueva, decenas de ojos que detrás de la hoja elegante y la cuna de Moisés, se frotaban las manos esperando el tiempo prudente para sin misericordia ora si deveritas vamos a aniquilar a todos esos humanos destructores de los hábitats de todas las especies de hormigas y demás bichos asoladores de bichos y demás bichos feos. Y una que otra araña panteonera.
Ora si, apaga y vámonos.